¿Y cómo huir cuando no quedan islas para naufragar?

sábado, 21 de enero de 2012

Esta luna nos echa de menos.

Recuerdo con exactitud cada rincón de tu habitación. Cada pared que me escuchó gemir, un suelo que no logró enfriar mi espalda. Recuerdo y pienso. Te pienso. Esta noche no estás, y yo mataría mis ganas por encontrar las tuyas. Te escribo: "Esta luna nos echa de menos. Donde siempre. Donde nunca." Salgo con un abrigo que deja al descubierto unas largas piernas; unas piernas que sólo tú sabes cómo recorrer. El frío de la noche no hace mella en mí: tu recuerdo me calienta. Apenas he llegado y unas manos desnudan mis pensamientos. Encierras mi cintura entre tus brazos. Lames mi cuello. Ardes en mí. Me encuentro de espaldas a ti y enredas mi cuerpo dejándolo en sumisión, a tu completa disposición. Tus embestidas me hacen sentir viva. Arañas. Aprietas. Me dueles. Me llenas. Gemidos que rompen el silencio de la noche. Agarro tus manos y me enredo en tus caderas. Cabalgo. Coges mi pelo y fuerzas mi cuello obligándome a alzar la mirada, dejando mi cuello al descubierto. Desnudo. Encierras tus ojos en mi mirada y con el último aliento me susurras. Me gritas. Me alejas. "Te quiero", me dices. Y nunca más te volví a ver.



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