Recuerdo con exactitud cada rincón de tu habitación. Cada pared que me escuchó gemir, un suelo que no logró enfriar mi espalda. Recuerdo y pienso. Te pienso. Esta noche no estás, y yo mataría mis ganas por encontrar las tuyas. Te escribo: "Esta luna nos echa de menos. Donde siempre. Donde nunca." Salgo con un abrigo que deja al descubierto unas largas piernas; unas piernas que sólo tú sabes cómo recorrer. El frío de la noche no hace mella en mí: tu recuerdo me calienta. Apenas he llegado y unas manos desnudan mis pensamientos. Encierras mi cintura entre tus brazos. Lames mi cuello. Ardes en mí. Me encuentro de espaldas a ti y enredas mi cuerpo dejándolo en sumisión, a tu completa disposición. Tus embestidas me hacen sentir viva. Arañas. Aprietas. Me dueles. Me llenas. Gemidos que rompen el silencio de la noche. Agarro tus manos y me enredo en tus caderas. Cabalgo. Coges mi pelo y fuerzas mi cuello obligándome a alzar la mirada, dejando mi cuello al descubierto. Desnudo. Encierras tus ojos en mi mirada y con el último aliento me susurras. Me gritas. Me alejas. "Te quiero", me dices. Y nunca más te volví a ver.
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