¿Y cómo huir cuando no quedan islas para naufragar?

domingo, 7 de febrero de 2016

Nadie te querrá como no me quiero yo.

Qué absurdos somos a veces.
Qué inseguros y dañinos con nosotros mismos.

Duele la necesidad de cariño casi tanto como la falta del mismo. Y es que buscamos en otros lo que nosotros mismos jamás hemos sido capaces de darnos. Amor. Del propio; del difícil. Porque es complicado dejar que te quieran cuando no te sientes merecedor.
Entiéndelo, entiéndeme, te lo suplico. Que si quieres quererme tienes que hacerlo despacio, respetando mis miedos, mis dolores, porque son míos y forman parte de mí, de lo que soy. De la persona a quien quieres amar. Que soy débil, aunque no te lo reconozca, y que todo eso por lo que hoy soy así, y que algún día me hizo daño, sólo me lo quité de encima; pasé con tacones sobre todo aquello con dignidad, pero siempre me ha perseguido.  Sigue ahí. No se va.

Y duele. Me dueles. Porque eres tan maravilloso que todavía me pregunto por qué sigues aquí, conmigo. Qué haré yo o que tendré, para que me mires así por las mañanas. Joder, no sabes lo complicado que es verte como te veo y sentir este miedo por dentro.

Somos complicados. Seres solitarios que se empeñan en compartirlo todo. Eres la parte más blanca de toda la oscuridad que me ha perseguido siempre. Esa luz que me guía y hace que compense la maldad que hay en este mundo. Porque al final del camino, al final de todo lo malo que nos ha pasado, hay gente como tú. Y pasaría mil tormentos más si todos terminasen en tu sonrisa.

De eso no tengo dudas. Ojalá que algún día lo entiendas.

sábado, 10 de enero de 2015

Ese dolor que sana y, "que la salud te la regalo, que no quiero nada si no es contigo".

Lucha contra tus propios demonios, antes de enamorarte de los de alguien. Que luego nos duelen las alegrías al recordarlas y las penas cuando ya las creíamos superadas (y no, joder, que una sonrisa así no hay Dios que la olvide.)

Y ya ves, que tontería, que tú me habías olvidado antes de conocerme y yo hasta ayer no te quería. Y quien te llora ahora es aquella misma que no hubiese apostado nada, porque esas lágrimas le pertenecerían algún día. 

Hacía demasiado que no nos debíamos nada y buscábamos excusas para mantenernos en pie. 
Estupidez, tal vez. Hasta los más grandes han caído alguna vez.
Pero esto de esperarte desde el suelo, con la mirada apagada y las manos extendidas, duele más si tú me miras impasible, como cuando te corriste, vestiste y largaste aquella última vez. 




martes, 2 de diciembre de 2014

Hay pasados que vuelven. Y otros que se quedaron a vivir en nuestros huesos.

Todavía me sorprendo pensándote en medio de la noche. O de la vida. En medio de una carretera poco transitada o hablando de aquel día.

Me falta inspiración y me sobran promesas. Todas las que yo lloré y tú rompiste. De esas que susurrabas a mis labios y yo creía a ciegas. Como todo lo que nos dijimos.
Echo de menos la forma en la que me follabas. Y las ganas con las que me hacías el amor. Porque, aunque nunca lo reconocimos, nos queríámos con más intensidad cuando nos corríamos. Y ya ves, cómo han cambiado las cosas; ahora me corro sola y te quiero en compañía de otros. 

Pero me atenaza los músculos el recuerdo de tu sudor empapándome los labios, y esas gotas suicidas que caían de tu pecho al mío, buscando una salida para todo aquello. Largándose sin más, como después hiciste tú. 
Y es que no hay una mañana que no me parezca una mierda desde que no me retuerzo, bostezo, sonríes y me dices lo preciosa que estoy antes de follar. 

Ya podía imaginarme qué venía después. Y a ver quién coño quería desayunar.

Tengo tantas historias sobre ti en el cielo de la boca, que cada vez que hablo puedo sentir tu sabor. No sé, será que siempre te pertenecieron mis labios. O que tú nunca me perteneciste a mí. 
He buscado espaldas que se dejasen arañar como la tuya, bajo el agua de la ducha o la noche en cualquier cielo. Pero nunca beso sus heridas una vez hechas, ni me preocupa hacerles daño -ni siquiera cuando me voy sin avisar-. Y es que esa era nuestra forma de demostrarnos cuánto nos queríamos. Yo te jodía y tú me besabas. Y la vida volvía a girar sobre el eje de tu espalda arañada.

He querido. Pero nunca como a ti te odié. Y he salido en busca de tu mirada cada noche desde que no estás. En el mismo bar, la misma compañia y, cada Sábado, la falda más corta y el miedo más calado en los huesos.
No vayas a aparecer ahora, eh, que todavía no he reunido el valor suficiente para decirte que te echo de menos.


sábado, 8 de noviembre de 2014

El frío era menos frío con tus manos en mi espalda.

Triste; como las tardes en las que te recuerdo. Y ya no estás.
Fugaz; como los besos que nos dimos en cada jodido semáforo que amenazaba con ponerse en verde, y dejarnos cruzar.
Absurdo; como cada caricia que no nos dimos, cuando tuvimos la oportunidad.

Y aquí me tienes, gritando tan fuerte por dentro, que se me ha quedado afónico el corazón. Y ahora no hay quien lo escuche latir cuando te pienso. Y es que supongo que los nudos que nos ahogan, son también aquellos que nos resguardan la garganta del frío, y del adiós.
Pero qué nos importa ya, si perdimos la oportunidad de abrazarnos las palabras y de querernos en versos que callaban mucho más.

Supongo que era demasiado obvio que iba a escribirte tras tu marcha. La misma mierda que escribía cuando todavía estabas, pero sin esperanza. Sin ese instante en el que publicaba y tú sonreías, me besabas y ponías el verdadero punto y final.
A veces es lo mismo perder que ganar. Y aunque te pareciese una tontería, contigo siempre quería arriesgar.

Que apostases todo al rojo, el de mis labios. O el de tus manos en mi culo, yo qué sé. Y jugasemos sin descanso toda la noche, viendo la vida y la partida pasar. Pero a ver a quién le dedico mis triunfos, o cómo hablo de este fracaso sin que me duelas.

No consigo deshacerme de estos escalofríos que me atenazan, desde que no estás. Y no sé si es que el Otoño se larga, o que el frío era menos frío con tus manos en mi espalda.
Pero supongo que después de todo, abrazarnos al recuerdo sólo nos congela un poco más. El tiempo, los huesos y el corazón.

sábado, 18 de octubre de 2014

Semáforos tristes que lloran en rojo.

Hace tiempo que no escucho más allá del latido de mi corazón. Y me recuerdo gritándole al mundo que ni sístole ni diástole, que quien lo hacía balancearse dentro de mi pecho, eras tú.

Y aquí me tienes, tragando esa saliva que un día formó suaves líneas en tu cuerpo, para pronunciar tu nombre una vez más. Y sentir como acaricia mi lengua y se pierde en el aire...dejando la huella del dolor allá donde va.
Joder, qué difícil nos lo hicimos. Queriendo volar pero cortándonos las alas para permanecer en tierra juntos. Un sinsentido. 

Me pregunto si habrás encontrado ese impulso que te lanzase allá donde querías llegar. Y si algún día seré capaz de mirar al cielo sin recordarte.

Le he contado al viento lo bonito que hacías que sonase todo en tu voz. Lo diferentes que eran las calles cuando las recorrías. Valencia tiene un aire triste y distinto desde que no agarras fuerte mi mano por Colón o me besas entre el ruido de los coches por La Paz. No sé, todavía espero que ese puto semáforo se ponga en rojo y crucemos juntos sin miedo a nada. Pero tú ya no estás, y yo ya nunca miro al cruzar.

Lo jodido de las promesas es que aunque las cumplas, si después se largan, te quedas esperando a que vuelvan para pedir una más. 
Y yo tengo la mirada demasiado triste como para mirar viendo a alguien que no seas tú. Y eso sí puedo prometerlo, corazón.



sábado, 20 de septiembre de 2014

Un corazón no puede coserse con diferentes hilos.

Y se fue; no pensó en lo que dejaba atrás. Todavía siente su olor en las sábanas, testigos silenciosas de su amor. Quiso decirle tantas cosas, que terminó no diciendo nada. Y aunque el tiempo borrará los besos y las caricias que un día posó sobre su cuerpo, un escalofrío se apodera de ella cada vez que recuerda el suave tacto de sus dedos. Sabe que su corazón no ha vuelto a latir con ganas desde que no está a su lado. Y por eso, de vez en cuando posa su mano derecha en el pecho, y tras un suspiro se recuerda a si misma que ni sístole ni diástole, que lo que le hacía vivir se lo ha llevado el tiempo.

Que la rutina ha desgastado su mirada y la sonrisa se ha desvanecido en el viento desde el momento en que él la abrazó y con un leve susurro le hizo una promesa. Una promesa que ha roto más veces de las que ella estaba preparada para soportar. Y ahora, tan frágil y pequela, comprende que un corazón no puede coserse con diferentes hilos. Porque, como siempre, acaba rompiendo.


Abrazaré, besaré con ganas la noche, con la esperanza de que sepa a ti.