¿Y cómo huir cuando no quedan islas para naufragar?

jueves, 29 de mayo de 2014

De cómo vivir muriendo.

O morir viviendo, qué más da.

Hay momentos en la vida, en los que ves a ese Alguien y el corazón se te para. Y es en ese momento, por irónico que suene, cuando empiezas a vivir. O a morir, nunca lo supe a ciencia cierta.

Tú, que siempre me has alegrado la vida, te empeñas en pasarla a mi lado, y eso si que no. Que todos sabemos que vivir, se vive solo. Y la compañía debe durar, más o menos, lo mismo que un orgasmo. Y terminar en el momento en el que empiezas a reír.
Que luego vienen las llamadas, los buenos días, terminan las noches en vela y cambiamos el no saber su nombre, por recordar cuántos lunares adornan su espalda.

No siempre he sido un alma libre que se aparta las bragas para empezar a respirar. Para no ahogarse en soledad. Pero qué más da, si cuando te han hecho pedazos de mil maneras, terminas aferrándote a la que menos duele. A esa que deja una huella pasajera; Al sexo por compasión. De mi misma

He dado tanto, que sólo me quedo yo. Y esta fea costumbre de besar en la boca cuando me están follando. Quizá por cerrar los ojos para que no vean en ellos que, cuando me corro, les echo para no tener que escuchar ese crujido de mi alma rompiéndose en el abrazo de después.

Pero te miré. Y a diferencia de a muchos otros, te pude ver. Y todas mis teorías, argumentos y razones, cayeron por su propio peso a mis tacones. Y aunque reconozco que guardaba la esperanza de arrodillarme ante ti para recogerlos, sentí por primera vez, al mirarte, que era Alguien para otro. 

Aunque no nos quisimos mucho más que unos cuantos orgasmos.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Joder! Increíble entrada, breve y contundente y tiene algunas partes, algunas frases, que ponen los pelos de punta. Vengo de Twitter y me has sorprendido muy para bien si se me permite la expresión.

Bravo, Jenn.