Queda demostrado que no.

Que no soy capaz de olvidarla. Olvidar esa sonrisa que me volvió loco tantas veces. Porque esta vez, no volverá, se marchó para siempre. Y sólo me queda la sensación que recorre mi estómago y se posa en mis sábanas. Abrazar la almohada y suplicarle a dios que me la devuelva. Me aferraré a mis ganas (una vez más) y soñaré que la tengo entre mis brazos. Echo de menos esos te quiero matutinos, y me culpo a mí mismo por no haber valorado su inocencia. Voy a humedecer mis labios con la esperanza de que todavía sepan a ella. Que el olor de su colonia recorra mi cuerpo y se detenga en mis mejillas -esas que hoy sólo ven lágrimas- y despierte todos mis sentidos sin dejar ni uno a salvo. Ya no creo en las mañanas felices, ni las esperadas noches. Ahora sólo espero que el tiempo pase deprisa y arranque de mí este dolor que me está matando, que se lleve lo que queda de ella y me deje acurrucado en soledad llorando su ausencia. Besé sus labios, dejando fluir mis ganas y saciando las suyas sin cautela. Recorrí su cuerpo despojando de él todo sentimiento de culpabilidad y habilitando sensaciones imaginarias. (Que sólo ella y yo conocíamos, vaya) Traté de hacerla feliz, y lo logré. Sin darme cuenta de que dejaba gran parte de mí en ese intento y sin esperar -ni mucho menos- que un día decidiera marcharse a otros brazos, dejando los míos vacios, sin vida.

Ordenaré a mi corazón volver a latir, una noche más.