Y se fue; no pensó en lo que dejaba atrás. Todavía siente su olor en las sábanas, testigos silenciosas de su amor. Quiso decirle tantas cosas, que terminó no diciendo nada. Y aunque el tiempo borrará los besos y las caricias que un día posó sobre su cuerpo, un escalofrío se apodera de ella cada vez que recuerda el suave tacto de sus dedos. Sabe que su corazón no ha vuelto a latir con ganas desde que no está a su lado. Y por eso, de vez en cuando posa su mano derecha en el pecho, y tras un suspiro se recuerda a si misma que ni sístole ni diástole, que lo que le hacía vivir se lo ha llevado el tiempo.
Que la rutina ha desgastado su mirada y la sonrisa se ha desvanecido en el viento desde el momento en que él la abrazó y con un leve susurro le hizo una promesa. Una promesa que ha roto más veces de las que ella estaba preparada para soportar. Y ahora, tan frágil y pequela, comprende que un corazón no puede coserse con diferentes hilos. Porque, como siempre, acaba rompiendo.
Abrazaré, besaré con ganas la noche, con la esperanza de que sepa a ti.
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