Qué absurdos somos a veces.
Qué inseguros y dañinos con nosotros mismos.
Duele la necesidad de cariño casi tanto como la falta del mismo. Y es que buscamos en otros lo que nosotros mismos jamás hemos sido capaces de darnos. Amor. Del propio; del difícil. Porque es complicado dejar que te quieran cuando no te sientes merecedor.
Entiéndelo, entiéndeme, te lo suplico. Que si quieres quererme tienes que hacerlo despacio, respetando mis miedos, mis dolores, porque son míos y forman parte de mí, de lo que soy. De la persona a quien quieres amar. Que soy débil, aunque no te lo reconozca, y que todo eso por lo que hoy soy así, y que algún día me hizo daño, sólo me lo quité de encima; pasé con tacones sobre todo aquello con dignidad, pero siempre me ha perseguido. Sigue ahí. No se va.
Y duele. Me dueles. Porque eres tan maravilloso que todavía me pregunto por qué sigues aquí, conmigo. Qué haré yo o que tendré, para que me mires así por las mañanas. Joder, no sabes lo complicado que es verte como te veo y sentir este miedo por dentro.
Somos complicados. Seres solitarios que se empeñan en compartirlo todo. Eres la parte más blanca de toda la oscuridad que me ha perseguido siempre. Esa luz que me guía y hace que compense la maldad que hay en este mundo. Porque al final del camino, al final de todo lo malo que nos ha pasado, hay gente como tú. Y pasaría mil tormentos más si todos terminasen en tu sonrisa.
De eso no tengo dudas. Ojalá que algún día lo entiendas.